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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

sábado, 13 de febrero de 2010

Welmer Cárdenas Díaz.

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LITERATURA REGIONAL  ( I )

El rostro centralista del país también se hace tangible en el desarrollo de la literatura. Pero existe una corriente que desde el seno mismo del pueblo irrumpe con creadores (novelistas, narradores, dramaturgos, poetas), críticos literarios, ensayistas, cronistas, con igual o más calidad que aquellos que la crítica oficial limeña ha colocado en pedestales.

El mérito mayor de esta literatura que tiene como referente temático a las parcelas y sus personajes que las habitan en los lugares más apartados del inmenso y diverso territorio peruano, es que contribuye a desentrañar nuestra identidad y de ese modo forja la nación que aún está en proceso de consolidación. Otro rasgo constante: se nutre de la oralidad colectiva y anónima que data de tiempos inmemoriales.

Para confirmar este punto de vista, en esta ocasión presentamos a nuestros lectores y lectoras, a tres autores (Welmer Cárdenas, Antonio Gálvez Ronceros y Julián Huanay), cuya procedencia: la Amazonía, la Costa con su negritud y el Ande, iluminan trayectos que nos convocan a recorrer.



Welmer Cárdenas Díaz. Nació en Pucallpa; estudió pedagogía y periodismo. Desde los años setenta ha incursionado con su pluma cáustica e irónica en diferentes medios de prensa regionales. 
Ha publicado Vientos de la ausencia (1998), Memorias del tiempo (2001), Mis callados versos (2002).

Aquí, su palabra:



 NUESTRA NAVE

Nuestra nave: hogar flotante que alberga anónimos pasajeros que van hacia diferentes puertos.
Nave inerte que cobra vida al impulso de un corazón metálico y que se desliza invicta  guiada por su timonel.
Nave mil veces golpeada por el sol, el viento y las lluvias, con su roncar monótono avanza por el caudaloso río. Sortea escollos, bancos de arena y remolinos, haciendo trizas a las espumas viajantes.
Todos la saludan al verla pasar: los niños desde las orillas de los pueblos sin nombre, las garzas desde las playas, los tibis que vuelan y trinan bajo un límpido cielo. Se refresca con la brisa de las mañanas azules, se abochorna en las soleadas tardes y entristece a la hora de los crepúsculos sangrantes.
Nuestra nave, nave insomne, desafiando a la noche con la luz de su cíclope ojo, se desplaza lenta por las agitadas aguas. Ella alienta el norte de los viajeros que duermen; y alienta también la esperanza de quienes aguardan al pie de los barrancos, para ir a sus ansiados destinos. Otro viajero, yo, anhelando que nuestra nave me lleve al mejor de los puertos: el corazón de la mujer que amo.


MI ABUELO  MATERNO

Mi abuelo venía con los pies sangrantes porque se había destrozado al caminar por las trochas espinosas de la vida.
Su barba era el emblema de los maizales que el sol azota en los veranos.
Hablaba de su hermandad con los chullachaquis  y del quejido de las torcazas en el fondo del bosque.
Y entre trago y trago, narraba triste la historia de sus setenta hijos muertos; mas se alegraba al saber que su memoria se multiplicaba en sus setenta hijos vivos.
Lo conocí una mañana cuando, como a un añejo barco, la tormenta de los años había hecho naufragar sus sueños.
Pero lo vi todavía desbrozar  el monte en busca del majás, el sajino herido, después del fogonazo de la vieja escopeta. La misma escopeta con la que, a sus 18 años, montado a lomo de caballo, ardiendo con la fiebre del oro negro, salió de tierra cajamarquina para jamás volver.
Mi abuelo viajaba siempre con su bolsa enjebada en donde, como el más avaro de los hombres, guardaba celosamente su riqueza: días aniquilados por el caucho, un oxidado rondín, una moneda de nueve décimos y el corazón de su compañera muerta.

                                                                                          (De: Memorias del tiempo)  

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