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"Cuando el ánimo está cargado de todo lo que aprendimos a través de nuestros sentidos, la palabra también se carga de esas materias. ¡Y como vibra!"
José María Arguedas

jueves, 9 de junio de 2011

Historias reales y..., de la otras: BROMAS CRUELES

El amigo Elder Cortéz ("Cortezos") nos envia el cuento, que publicaramos anteriormente, "Bromas Crueles", con algunas correcciones del autor quien ahora utiliza el nuevo seudónimo de "Virgilio Leetrigal Oq´as", cuyo correo electrónio es: cortezos@hotmail.com (NdlR).

Bromas Crueles

Rafael vivía en Calconga, caserío del distrito El Huauco. Allí combinaba bien sus oficios de campesino y artesano. Era viudo, sin hijos, pero con muchos sobrinos. Ser madrugador, trabajador y ahorrador, le valió para comprarse, en diferentes altitudes del distrito, varias parcelas. Con cada terreno apto para algún cultivo; “sembraba y cosechaba de todo, según la temporada". Rastrojos y eriazos daban suficiente pasto para criar hasta veinte cabezas de ganado, entre vacunos y acémilas. Era respetado y envidiado en su comunidad.


Los sábados, aperaba un mínimo de tres acémilas, para madrugar a “la plaza”, como era conocida la feria semanal de El Huauco. En ésta ciudad, a la vez, capital del distrito, vendía parte de sus cosechas y artesanías. Allí compraba también, herramientas y productos indispensables para trabajar y vivir en Calconga; y regularmente, golosinas para sus sobrinos engreídos: Artemio y Octavio. Éllos arriaban a su ganado: Por las mañanas a pastar en los potreros, al medio día hacia el abrevadero; y por la tarde, al dormidero.

José, Jeremías y Javier, sendos hijos de tres de sus hermanos, se sentían ignorados y marginados por el “tío Rafa”, como familiarmente lo llamaban. Más, cuando los lunes en la escuela, sus primos Artemio y Octavio, les sacaban cachita comiéndose en sus narices, las golosinas que su tío les compraba cada fin de semana.

Cierto día, los primos marginados acordaron pedir al "tío Rafa", que también les diera oportunidad de cuidar sus animales, a cambio de golosinas. Éste los rechazó diciéndoles: “Cuando no estoy, solo confío el cuidao de mis animales, a mi Octavio y a mi Artemio”. Luego agregó, gritándoles: “Ustedes malcriaos, hambreaos e interesaos; quieren cobrarme por simples mandaos. ¿Ónde se ha visto?”.

Los primos, autodenominados "trío JJJ" por las iniciales de sus nombres, unidos en el sinsabor del rechazo, decidieron vengarse. “Todos somos sobrinos, pero él solo prefiere a dos. Pagará por malo y marginador”, dijo José, como jurando. Los otros asintieron.

Un sábado, como de costumbre, antes que el alba aclarase a los campos y los pájaros iniciaran su jolgorio madrugador, Rafael fue al potrero tras tres de sus acémilas: El “Corcel negro”, potro llamado así por su color, por su estampa parecía un semental de paso, era la cabalgadura. La “yegua macra (1)”; de color blanco, con patas delanteras deformadas como agarraderas de alicate, al rodar tiempo atrás por un desfiladero, era acémila de carga. El “As negro”, también llamado así por su color predominante, tan mañoso que buscaba las cercas más bajas del potrero, las saltaba e incursionaba en sembríos vecinos, era el leñatero. Halló a dos acémilas, menos a la “yegua macra”. “Malditos abigeos volvieron. Mihan robao la yegua”, concluyó, después de horas de búsqueda infructuosa hasta en los confines del potrero.

Canceló su viaje a El Huauco, ensilló al “corcel negro”, e inició el tránsito apurado por los caminos que comunican a Calconga con otros pueblos, buscando a su yegua, así: Por el que va hacia El Huauco, llegó hasta La Quintilla, siguió por La Laguna, Uñigán, hasta Guañambra, y de allí regresó. Al día siguiente, por el camino a La Encañada, llegó hasta Quinuamayo. El tercer día, por la ruta escarpada hacia Oxamarca, llegó hasta Cajén. El cuarto día de búsqueda, por el camino que conduce a San Marcos, llegó hasta Guanico. A cuánto transeúnte encontró, durante los días de búsqueda, lo abordaba cortésmente, preguntándole si por casualidad había visto una yegua blanca, con características adicionales, que él mismo detallaba. No obtuvo ninguna respuesta positiva.

El miércoles, descansaba en su casa, luego de cancelar la búsqueda. Pensativo, lamentaba no haber viajado a El Huauco el último fin de semana. Recordó a Herminia, una viuda buenamoza, de tez blanca y ojos verdes; era quién mayor amistad le brindaba, y más simpatía le inspiraba. Ella le daba pasto para sus acémilas, en el amplio solar de su casa, y a veces le invitaba desayuno o almuerzo; él, correspondía obsequiándole parte de los productos que llevaba al mercado.

“La Herminia ya me tendrá por mentecato. No le llevé la harina de trigo que le ofrecí”, dijo para sí. “El próximo sábado le contaré el atraso que tuve, ella me comprenderá”, se consoló. “Perdí viaje, yegua y cuatro días de trabajo, sin contar domingo”, renegó.

La tarde del mismo miércoles, regresaba a casa luego de dejar al “corcel negro” en su potrero. Apesadumbrado por la pérdida, se paraba de trecho en trecho sobre piedras y poyos del camino; oteaba en el horizonte, campos comunales y chacras vecinas; por si localizara algo que lo tranquilizara. De pronto, a orillas de un alisal, distinguió el movimiento de un animal de color negro. Su curiosidad subió a tope, era raro que algo viviente esté semioculto allí, a ésa hora. Atisbó pacientemente, el cuadrúpedo movió su cola en ademán de asustar un tábano, y luego levantó su cabeza. “Parece caballo o yegua”, pensó. “Seguro los abigeos lo estaban robando, y al verme juyeron dejándolo”, se dijo envalentonándose. Apresurado, cruzó sembríos, y con la respiración acelerada, llegó al animal. Comprobó que efectivamente era una yegua; y estaba atada a un tronco. La soga llamó su atención, porque era una que él mismo hizo, de las propias crines de sus acémilas. Recordó que torció las hebras trenzadas, con unas tarabillas de madera que le regaló su abuelo. La desató y jaló al animal hacia un claro. “Es macra como mi yegua, pero negra”, se dijo, luego de observar sus pasos. Entonces, la examinó minuciosamente: orejas, ojos, cuello, cascos, cola, lomo. Todo era igual a lo de su yegua, pero no el color. Un raro presentimiento lo indujo a pasar la palma de su mano por la pelambre del animal; y ésta, en vez de suavidad, mostró textura áspera y pegajosa. Instintivamente, miró a la palma de su mano, viéndola manchada de negro. Era anilina, el tinte que las mujeres del pueblo, usan para teñir sus tejidos. Quedó convencido que encontró a su yegua. Luego maldijo así: “¡Desgraciaos! los quihan pintao a mi yegua. Perdón de Dios nohan de tener. De mí debieron burlarse, pero no hacele eso al animalito”.

La Conga, paraje periférico del pueblo, fue elegido por el “trío JJJ” para reunirse y evaluar su primera acción de venganza contra el “tío Rafa”. “Todo salió bacán”, dijo José, quién con trece años de edad, era el mayor del grupo y autor de la idea de pintar a la “yegua macra”. “El tío Rafa anda averiguando”, informó Jeremías. “! Nadie contará ésto jamás!”, apuntó Javier, invitándoles aprobar sus palabras como juramento. “! Nadie carajo! !Nunca! !A lo macho!”, dijo José. “! A lo macho!”, respondieron los otros. “Cada quién inventará una perrada, pero los tres lo haremos. Te toca Jeremías”, sentenció José. “Demen un tiempito, para idear”, contestó éste.

La “yegua macra”, conservó por varias semanas, algunas manchas. En algunas partes de su cuerpo, la pintura negra se afirmó. Ni los frutos silvestres del aylambo, usados desde tiempos inmemoriales como detergente, lograron borrarlas. Algunos, reían burlándose de su aspecto, pero asuntos como éste, quedaban sin importancia, frente a lo que cada sábado significaba el viaje a El Huauco. La atracción que Rafael sentía por Herminia, era ya muy intensa y hasta notoria; por tanto, sus conversaciones eran cada vez, más emocionantes.

__¿Me darías posadita pa venir los viernes? __le dijo, en su última visita__. Los caminos, cuando llueve, se ponen demasiado fangosos. Sábados, madrugo mucho pa llegar temprano a la plaza, a veces ni duermo.

__ ¡Vos yastás loco! __respondió Herminia__. La gente deste pueblo es muy mal pensada. Hablarían: “! La Herminia, yastá de amores con ese jalqueño!(2) ¡No, mi Dios!" El, tomó aquellas frases con serenidad y retrucó:

__Mira Hermiñita, vos y yo no vivimos de la gente, sino de nuestro trabajo. Somos adultos y libres. Jalqueño soy, pero de buen corazón. !Qué sepan!, !que hablen! Yo tengo buenas intenciones contigo.

__Lo pensaré, no es fácil pa mí decidir. Por respeto, debo tomar el parecer de mis hijos, cuando vengan de Lima__ respondió ella. Él, luego de ésta respuesta, sintió vivir los días más felices de su existencia.

“Ya tengo la idea para la próxima perrada”, le dijo Jeremías a José. Éste respondió: “Avísale al Javier. El viernes cuando yastá anocheciendo van a La Conga, tendremos reunión”. Al día siguiente, sábado, Jeremías merodeaba por la parte posterior de la casa de Rafael. Allí, bajo la protección de un ambiente sin muros de cerramiento y con techo empalmado al de la casa principal, estaban sus aperos de labranza: arados, yugos, garrochas, manceras, etc. Jeremías, con el pretexto de cazar pájaros, disparaba adrede piedrecitas hacia los saucos, con su honda de jebe. Así, quien lo viera, pensaría que su presencia, solo obedecía a esa travesura. Pero, su misión era obtener el espesor de la parte tablada y cóncava del yugo; ésa que asienta y se ata a la cabeza del buey, al momento de uncirlo. Tomó la medida en un palito de shinshil (3), y fue a La Quinuilla, al taller del carpintero Marciano Marín.

__ Buenas tardes ño (4) Marciano. Por favor véndame dos clavitos deste tamaño, y sin cabeza __dijo, mostrándole el palito delgado, apenas mayor a una pulgada, en la palma de su mano.

__ ¿Paqué lo quieres? __preguntó el carpintero, apoyando ambas manos sobre su banco, curioseando y mirándolo con sus ojos pequeños y achinados.

__Pa clavar una repisa __mintió, el niño__. Trabajo manual que nos dejó nuestra profesora.
El carpintero, abrió el cajón de una mesa, arañó haciendo ruidos metálicos, cogió dos clavos delgados y pequeños, y los midió con el palito. Seguidamente, los aprisionó con una prensa de palanca y de cuatro pasadas, con una sierra de cortar metales, les voló la cabeza.

__Toma. No te cuesta nada, tu padre es mi amigo__ dijo el carpintero, entregándole los diminutos clavos y palmeándole la espalda __.Que la profesora te ponga buena nota.

__Dios se lo pague ño Marciano. __dijo Jeremías. Contento y nervioso, se retiró presuroso.
Rafael decidió cultivar un eriazo para sembrar papas guagalinas (5). Una mañana iba hacia la estancia conocida como “Los chochos”, arriando al buey “negro” y al “pinto”, ambos hacían buena yunta. Atado de sus extremos con las coyuntas, cargaba al yugo inclinado sobre su espalda, como un gran fusil. Cogiendo la punta metálica de la mancera; llevaba al arado, con timón de madera rolliza sobre su hombro derecho, inclinado al aire en pendiente ascendente. En la chacra, se dispuso a uncir los bueyes, pero el “pinto”, al que acostumbraba ponerlo "al tiro", es decir al flanco izquierdo, saltaba como chivo alunado, apenas sentía que el yugo hacía contacto con su cabeza. El dueño canceló la faena, luego de varios intentos vanos. “Este buey viejísimo se ha vuelto marrajo”, se dijo. Esa misma tarde lo vendió a un negociante sanmarquino, que casualmente pasaba por el pueblo.


El siguiente sábado, Jeremías, regresó al almacén abierto de los aperos de labranza. Debía clavar en el otro extremo del yugo; justo en la concavidad en la que se acomodaba la protuberancia mayor de la cabeza del buey. A la punta del clavo, apenas sobresaliente sobre la madera labrada, lo mimetizó con arcilla. Al clavo anteriormente colocado, lo hundió, y del mismo modo, mimetizó a sus dos extremos. Finalmente, para mejor camuflaje, con el mismo material, ensució otras partes del yugo.

Rafael, regresó a “Los Chochos” con yunta renovada. Había comprado al reemplazante del buey “pinto”, un “mulato”, con menos años y mejor estampa. Lo unció sin problemas al lado izquierdo. “Hice buena compra, éste buey es mansito”, se felicitó. Pero al tratar de uncir al buey “negro”, al lado derecho, éste reaccionaba como antes el “pinto”. Tras cada insistencia, el “negro” saltaba para liberarse del yugo. El rumiante asustado, dio varias vueltas alrededor de su dueño, que empecinado lo sostenía con la soga; el cuerpo de él, rápidamente se enredó en las coyuntas sueltas y en la propia soga. Luego el buey, más asustado por las reacciones y gritos desesperados de su dueño, huyó pavorosamente, arrastrándolo por el eriazo terroso y pedregoso. Quedó mal herido, a consecuencia del accidente, permaneciendo quince días postrado en cama. “¡Qué desgracia la mía! !quizá yastaré brujeao!”, se lamentaba. “El tiempo pasa, chacra nuhay. Sembrar papas postreras sería paque lo acabe la rancha”, reflexionaba preocupado.

Con el tórax completamente vendado y un brazo horizontalmente colgado de su cuello, contrató a un peón, a quien orientaba, desde la orilla del eriazo. Éste tampoco pudo uncir a los bueyes, tuvo el mismo problema, ninguno de los bueyes se consentía cargar el lado derecho del yugo. Victoriano, un campesino experimentado, que pasaba casualmente, por el camino hacia La Montaña, se detuvo un instante para mirar la escena y luego gritó: “¡Oigaaaaan!, !Parece quel yugo llega a la cabeza del bueeeeey!, ¡Revisen al yugoooooo!, ¡No sean más torpes quel animaaaaal!”. El peón obedeció, revisó la parte cóncava del yugo y vio un puntillo brilloso. Sacó el machete de la funda colgante de su cintura, lo despejó, y pidió acercarse a Rafael . “Míruste ño Rafa, al yugo lian puesto clavos, justo aquí. Pero el del lao derecho sobresale, esto le llega al buey. Aquel Victoriano tiene razón”, le dijo, raspando y haciendo sonar al clavo con el machete. Rafael, convencido, maldijo ésta vez más iracundo, pero siempre, sin saber a quiénes.

Semanas después, efectivamente, se sembró papas en tiempo postrero. Pero éste no fué del todo malo, conspiró a favor del amor. Por esos días, en el corazón de Herminia, se intensificó la atracción por aquel hombre trabajador, se acentuó la compasión por su soledad, y se asentó la esperanza de una vida mejor para ambos. Pero, antes de aceptar la convivencia, ella le habló claro y puso condiciones:

__En primer lugar, __le dijo__ no me iré, por nada, a vivir a Calconga. En la jalca no me acostumbro, no aguanto al frío. 

“Bien decía mi madre: Las huauqueñas son, añañau (6) papas, pero achichín (7) jalcas”, recordó él para sí. Pero el amor intenso que sentía por la mujer que tenía enfrente, lo resignó de inmediato.

__No hay problema Hermiñita, si no puedes ni quieres, no irás, te quedarás en tu casa __contestó decidido__. Total, yo estoy acostumbrao a trabajar y asistirme solo. Agregó, tratando de impresionar a su flamante y simpática pareja.

Como inicialmente contamos, Rafael era también artesano. Diestro transformando a la madera en aperos de labranza: yugos, arados, palas, mangos de picos y lampas, etc. También hacía utensilios, como: cucharas, molinillos, plateros y bateas. Parte de sus manualidades, dijimos también, que lo vendía en El Huauco; el resto en su pueblo, a vecinos y visitantes de otros lugares. Era muy hábil e ingenioso; así, cierta vez, ideó una forma muy segura para llevarle a su amada, sin que se rompan, huevos de gallinas que él compraba a sus vecinos: Los liaba en serie, con manteles o costalillos; luego los ataba uno por uno, con bejucos, para que no escaparan de la envoltura, ni rosaran entre sí. Finalmente, a las hileras de los huevos envueltos, que parecían orugas de cuerpo eslabonado, los amarraba al cuello de las acémilas, uniéndolas por sus extremos. Semanalmente, el “As negro” y la “yegua macra”, transitaban por algunas calles empedradas de El Huauco, hacia la plaza; transportando su respectiva carga y sus collares peculiares de huevos.

Tiempo después, Javier avisó a sus cómplices, que tenía finalmente planificada, la última perrada contra el “tío Rafa”. Tres meses atrás, un viernes, él mismo fue a “El vaquero”, lugar del camino hacia El Huauco, con curvas, recodos, y flancos tupidos de alisos frondosos. Escondido tras árboles y arbustos, esperó el paso de la “yegua macra” y del “As negro”, que siempre iban adelante. En éste lugar, lo accidentado del camino, obligaba a Rafael a desmontar, retrasarse y pasar jalando a su “corcel negro”. En momento oportuno, Javier salió del escondite y en un santiamén, apretujando a los “collares” de la yegua y del asno, rompió todos los huevos que transportaban, y volvió a camuflarse en el bosque. El arriero, a su paso, escuchó risas ahogadas que salían de entre los árboles, pero finalmente le parecieron lejanas. Javier contó ésta acción a sus primos, pero ellos no le convalidaron, alegaron que a ninguno le constaba. “Nadie puede actuar por su cuenta. Las reglas del grupo se respetan”, sentenció José.

El nuevo plan de Javier, debía aprobarse como los anteriores; y para éso, ésa noche habría reunión en La Conga.

_El “tío Rafa” irá al pueblo, a la fiesta de San Isidro_ informó Javier_. La tía Herminia, le encargó comprar y llevar un carnero. Vendrán sus hijos de Lima y con ellos piensan comerse al capón.

__ ¿Qué planteas? _preguntó con sorna, Jeremías. ¿Qué les madruguemos y lo comamos nosotros?

__Éso no. Sabemos que el tío viaja los viernes __dijo Javier__. El jueves en la noche esconderemos al carnero, en el altillo de la casa abandonada que ño Arturo tiene junto al campo deportivo. Conseguiremos una escalera y allí lo subiremos con harta yerba y agua, paque deje de balar siquiera tres días.

El plan se aprobó para ejecutarse a media noche, horas en que Rafael dormía profundamente. Los sobrinos terribles, acordaron neutralizar al perro “Shibilay”, para evitar que ladre y despierte a su dueño. Como a José lo conocía bien el perro; éste, con algo de comida lo distrajo, mientras sus primos llevaron al carnero.

Por enésima vez, Rafael se presentó ante su amada, para darle malas noticias. Herminia, que ya lo conocía, sabía por la expresión de su rostro, que algo malo le sucedía. De todos modos, decidió escucharlo. Terminada la narración del "robo del carnero", élla lo miró hoscamente de pies a cabeza y fuera de sí, le gritó sin parar:

__! Oye so cabizbajo! ! ya me tienes harta con tus sonseras! ¡Esos jalqueños como vos, tihan agarrao de punto! ! Acuérdate!: Antes que me pretendas, me ofreciste trayerme harina de trigo pa mi amasijo; quedé sin panes y sin cachangas, porque a tu yegua lo pintaron. Cuando ya eras mi marido, sembraste papas postreras, por los clavos en el yugo; y por la rancha, cosechaste papas que ni podía agarrarlas pa pelarlas; ésas shishllas (8) fueron pa mi chancho. Otra vez, no llegaron los huevos, porque alguien los volvió sopa, en el cuello de las bestias y vos ni te diste cuenta. Y ahora, sin tener vergüenza, te presentas con ésa majoma (9) para decirme: "!Mihan robao el carnero!". ¡Bien sabes que necesito, carne y menudencias para hoy! Es fiesta del patrón San Isidro ¿Con qué voy a agasajar a mis hijos y visitas quihan venido de Lima? ¡Ellos están acostumbraos a comer bien! ¿Qué voy a prepararles? ¡Esto se acabó! ¡Te me largas! ¡Fuera de mi vista, so jalqueño llanquetejo (10) y tarjoso (11)! ¡No quiero verte nunca más! ¡Lárgate so potochejo (12)! ¡Contigo pierdo mi tiempo! !Vos no me sirves pa nada!

Muy dolido, él, dejó hogar y fiesta, y regresó a su natal Calconga. Allí, efectivamente, pasados tres días, uno de sus hermanos, que pasaba cerca de la casa abandonada, escuchó balidos y vio al carnero haciendo aparecer su cabeza por el vano del altillo, como avisando que quería dejar su reclusión.


Rafael maldijo, como nunca antes, a quienes estaban haciéndole todas esas acciones, a las que él llamó maldades. Lloró amargamente por el desprecio de la mujer que tanto amaba, y por la que tanto se sacrificó los últimos años de su vida. Intentó reconquistarla, en dos oportunidades, pero Herminia se reafirmó en su negativa. Él, ocupado en sus cultivos y cosechas, sus animales, y en su labor de artesano; sobrellevó su soledad. Sin olvidar a su amada, murió a los ochenta y ocho años. Élla lo sobrevivió y murió en Lima, siete meses después.

Los del "trío JJJ", ya adultos y con familia propia, acudieron muy formales al velorio de su tío. Se aunaron a las condolencias, mostrando congoja, seriedad y compostura de dolientes. Había mucha gente en el alar principal de la casa; por lo que, luego de tomar café, se fueron a chacchar coca, como era costumbre en el pueblo. Llegaron al ambiente protector de los aperos del ya occiso “tío Rafa”; y se sentaron en fila, sobre el yugo, al que décadas atrás Jeremías le puso clavos. Pese a lo trágico del momento, recordaron sus palomilladas y las perradas, que en vida, hicieron al “tío Rafa”. Recordaron también, el susto que tuvieron, cuando fue arrastrado por el buey “negro”. Ése día, éllos estaban en Ventanillas, a dónde fueron a mirar los sucesos de cerro a cerro, con el pretexto de traer leña. “Aquella vez, se nos pasó la mano. El tío casi muere. Quizá hubiera bastao ponele un solo clavo al yugo”, dijo Jeremías. “Mañana, la hora del entierro, cada cual rezará mentalmente una oración, pidiendo perdón a Dios y al pobre tío”, dijo José. “Tamién perdonándole nosotros por no invitarnos las golosinas, cuando éramos niños, acuérdense que todo empezó por eso. Así descansará en paz”, apuntó Javier. Y así fue.

José contó ésta historia, a cada uno de sus cuatro pequeños hijos. Era una de las narraciones, que más concentraba su atención, antes de dormirse. En la memoria de uno de ellos sobrevivió para escribirse y contarse. Alguna vez, José recordó con todos, las "bromas crueles" de los sobrinos terribles; como buen padre, les aconsejó: “La vida nos enseña muchas cosas buenas y nos da oportunidad para cambiar y ser mejores. Por eso, ya adultos, mis primos y yo nos arrepentimos de lo que ideamos e hicimos a nuestro “tío Rafa”. Una broma cruel, puede hacer perder mucho y hasta causar desgracias. Ustedes, queridos hijos, siempre han de ser personas de bien, compartirán aún lo poquito que tuvieran, y nunca serán envidiosos, rencorosos, ni vengativos”. 

Glosario:

(1) Macro (a). Chueco. Con extremidades deformadas.
(2) Jalqueño. Persona que vive a más de 3,500 msnm.
(3) Shinshil. Planta pequeña de tallo muy delgado.
(4) Ño. Voz que reemplaza a la palabra “don”.
(5) Guagalinas. Papa amarilla, “arenosa” y de buen sabor.
(6) Añañau. Interjección que denota buen gusto.
(7) Achichín. Interjección que denota temor.
(8) Shishllas. Tubérculos demasiado pequeños.
(9) Majoma. Cara, rostro.
(10) Llanquetejo. Persona que usa llanques (ojotas).
(11) Tarjoso.- Quien acumula suciedad en los pies.
(12) Potochejo. Portador de un sombrero viejo

3 comentarios:

Alcides Rojas Y. dijo...

Sin duda, ésto está escrito en huauqueño.

Anónimo dijo...

cuento de corte clásico, el autor narra en tercera persona y es omnisciente, además nos hace recordar las costumbres de nuestro pueblo y mucho más el indicativo lingüístico que se usa hasta la fecha, con respecto a la estructura es un cuento lineal, como dije de corte clásico, esto quiere decir, tiene un inicio, nudo y desenlace.
bien siga escribiendo porque así se da a conocer las costumbres de los pueblos que es la esencia de la cultura peruana que hasta ahora sigue latente en el poblador andino
Atentamente
Rodolfo Salazar Silva (Macaredo)

Chungo y batán dijo...

Aparte que denuncia la discriminación que aún es práctica común en nuestros pueblos del Perú. Un abrazo amigo Rodolfo.

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